miércoles, 10 de febrero de 2016

Leyendas del Camino de Santiago

Las leyendas relacionadas con el Camino de Santiago llegaron a ser muy populares entre los peregrinos y divulgadas oralmente, casi siempre en reuniones nocturnas de después de la cena, al amor de la lumbre en los días fríos o bajo las estrellas en el buen tiempo. Muchas de esas leyendas están recogidas en códices de los monasterios, en el Codex Calixtinus de Aymeric Picaud y en otros documentos. Al ser recogidas de una tradición oral, en muchas de ellas se dan distintas versiones y más de una localidad reclama para sí el suceso del milagro.
Las más famosas y que se siguen contando entre los peregrinos del siglo XXI son las que se exponen a continuación.

La Canción de Roldán













En torno al año 778, me encontraba yo, Carlomagno, aguardando la sumisión de  Zaragoza, con lo que no fue para mí una sorpresa recibir en mis dependencias a  emisarios del rey zaragozano Marsil, que portaban consigo un mensaje de paz.
Como respuesta, consagré a Ganelón la tarea de llegarse hasta Zaragoza para que  aceptara la propuesta de Marsil, y habiendo logrado nuestro objetivo, decidí que mi  ejército y yo mismo podíamos retornar a Francia.
Así dispuse que mi fiel Roldán ostentara el estandarte que le acreditaba como jefe de  la retaguardia mientras emprendíamos el regreso a nuestro añorado hogar.
Todo estaba en orden, hasta que un día mientras jugaba una partida al ajedrez, escuché el escalofriante sonido del olifante de mi querido Roldán. Me quedé paralizado pues supe al instante que algo horrible debía estar pasando, pero Ganelón me intentó disuadir haciéndome creer que nuestro osado Roldán estaría dedicándose a otros menesteres, como la caza, y que seguramente no necesitaría ayuda.

Las palabras de Ganelón no me tranquilizaron, y una fuerza en mi interior me llevó hacia el lugar donde debían encontrarse los caballeros de mi ejército. Al llegar al desfiladero de Roncesvalles, comprendí cuál había sido la causa de mi tormento, y allí encontré la tierra rociada con la sangre de mis pares, desolada y sembrada con sus cuerpos.
No podía entender lo que había ocurrido, pero una súbita sonrisa llena de malicia en el rostro de Ganelón me indicó que sin lugar a dudas, él estaba al tanto de cuanto allí había acaecido. Aquel detestable ser que quería ver muerto a su propio hijastro Roldán, había conspirado contra mí y se había aliado con Marsil. 
Juré que devolvería diente por diente y consagré toda mi energía a perseguir  al ejército zaragozano hasta que logré destruirlo y Zaragoza cayó rendida a mis pies. En cuanto al despreciable Ganelón, sólo puedo decir que recibió lo que merecía y tras un justo juicio fue descuartizado en Aix.
Así fue cómo logré vengar la memoria de mi ejército. Y la historia quiso que todos estos eventos quedaran plasmados en la memoria popular; así se recuerdan en uno de los poemas épicos medievales más conocidos: “La Chanson de Roland” o “Cantar de Roldán”.


Leyenda del Puente de Zubiri.  El Puente de la Rabia


Allá por el siglo XI, en la aldea de Zubiri, que atraviesa el Camino de Santiago en su  descenso de Roncesvalles, todos los lugareños trabajábamos incansables con la  ilusión de levantar un hermoso puente de piedra sobre el río Arga, que facilitara el  paso a los peregrinos. Sin embargo, parecía que un extraña maldición impedía que  concluyéramos aquella obra.  Extrañados por la dificultad de levantar el pilar central  nos vimos obligados a excavar en la roca que tenía que soportarlo. Para nuestra  sorpresa, encontramos los restos perfumados de una joven. Era nada menos que el  cadáver de Santa Quiteria, protectora de la rabia.
Puestos sobre una mula y acompañados del festivo cortejo episcopal, los restos santos se encaminaron en procesión hacia la catedral del reino a Pamplona. Al llegar al lugar de Burlada, la mula se detuvo y no hubo forma humana capaz de hacerla avanzar. Concluyó el cortejo que era decisión de lo Alto que Santa Quiteria permaneciera para siempre en aquella villa caminera y allí se depositaron sus reliquias.

Respecto al pilar central de nuestro querido puente de Zubiri, desde entonces hasta ahora ha ejercido su función sanadora de la rabia a lo largo de los siglos. Animales y humanos han curado o prevenido la enfermedad rodeándolo, y según se cuenta, no ha perdido su virtud taumatúrgica hasta el día de hoy.


Leyenda de San Virila.   (Narrada por el Abad San Virila)

Por aquel entonces, me sentía yo atormentado a causa del dilema de la eternidad y las  dudas me asaltaban sin cesar. Rogaba a Dios, Nuestro Señor, para que me ilustrara  acerca de este misterio y encendiera la luz en mi corazón. Una tarde de primavera,  como lo hacía habitualmente, salí a pasear entre los frondosos árboles de la sierra de  Leyre.
Fatigado, me senté a reposar junto a una fuente, y allí permanecí absorto e  hipnotizado escuchando el hermoso canto de un ruiseñor.

Tras lo que para mí fueron unas horas, retorné al monasterio, mi hogar. Al rebasar la puerta principal, ningún hermano monje me resultaba familiar. Deambulé por las distintas dependencias, sorprendiéndome con cada detalle y comprendiendo que algo extraño estaba sucediendo.
Al darme cuenta de que nadie me reconocía, me dirigí al Prior, quien atónito, escuchó mi historia con atención. Nos encaminamos a la biblioteca para intentar descifrar este enigma y revisando antiguos documentos, descubrimos que “hacía trescientos años, un monje santo, llamado San Virila, había gobernado en el monasterio y había sido devorado por unas fieras en uno de sus paseos primaverales”.
Con lágrimas en mis ojos, comprendí que ese monje era yo y que Dios, por fin, había escuchado mis plegarias.


Leyenda de Sigurd

El viajero que se detiene frente a la portada de Santa María la Real de Sangüesa,  encuentra diversas esculturas que relatan la leyenda nórdica de Sigurd, que sin  duda llaman su atención. Yo, el cantero anónimo que tuve la destreza de tallarlas  voy a explicarles su origen y su sentido.
Odín había encargado a los gigantes la construcción de un puente que comunicara  el Valhalla con la tierra y ellos, a cambio, pidieron que se les entregara a Freya,  símbolo de la fecundidad y la belleza, e hija predilecta de los dioses.

Para no pagar tan alto precio los dioses negociaron duramente y consiguieron que  los gigantes exigieran en su lugar el legendario tesoro que los enanos nibelungos  habían extraído a lo largo de generaciones de las aguas auríferas del Rhin. Una vez  concluida la obra y cumplida su voluntad, los gigantes introdujeron el tesoro en una caverna bajo la custodia del sanguinario dragón Fafner.
Mime, uno de los más sabios entre los enanos, supo de la muerte del rey Sigmundo, héroe de los voslungos, y consiguió ser maestro de su pequeño huérfano Sigurd, a quien educó para la lucha.
Cuando éste fue ya un joven fornido, le entregó los fragmentos de la espada de su padre, la mágica Gram, y le impuso como primera misión y prueba iniciática, la muerte del dragón Fafner.
El joven héroe fraguó de nuevo la espada con la ayuda del herrero-mago Regín, quien enseñó al mozo algunos de los secretos para la lucha con los dragones. Y de tal modo, Sigurd hirió a Fafner en el cuello a la primera acometida, cayendo por la violencia del choque algunas gotas de sangre del dragón en su boca. Esto hizo que, de pronto, el héroe comprendiera el lenguaje de las aves que le revelaron que si se bañaba en la sangre del reptil se haría invulnerable. Asimismo le confesaron la existencia del tesoro que hasta entonces se le había ocultado por los enanos y la intención de Mime de hacerle matar a su regreso.
Sigurd se sumergió, naturalmente, en la sangre del dragón, pero durante el baño, la hoja de un tilo otoñal cayó en su espalda, dejando un espacio vulnerable que sería decisivo en el transcurso de la leyenda. Después de matar a Mime, el héroe buscó a Regín y cumplió el precio que el herrero le había solicitado a cambio de su trabajo, el corazón de Fafner.
Y así comenzó la historia de sus aventuras que, mucho más tarde, las óperas de Wagner harían tan populares.

Leyenda de Eunate-Olcoz.   (Narrada por un maestro cantero)

Habiéndome sido encargada la talla del pórtico de Santa María de Eunate, me sentía  pletórico y halagado. Decidí recluirme para sentir la inspiración divina y así poder  realizar una obra maestra, pero al volver, hallé que un gigante cantero dotado de  poderes sobrenaturales, que ya había concluido el trabajo que me había sido  encomendado.
Indignado, me dirigí al Abad, quien haciendo caso omiso a mis explicaciones, me dio  a entender que mi ausencia había sido considerada como una falta de respeto hacia  los monjes y hacia él mismo. Como castigo, me mandó esculpir una obra pareja, que debería finalizar en el mismo plazo empleado por el gigante cantero: ni más ni menos que tres días.

Desesperado ante la magnitud de la encomienda, me adentré en el bosque decidido a invocar al diablo. Sin embargo, fue la bruja Laminak quien, compadeciéndose de mí, me confió el secreto mágico que resolvería mi problema.
Siguiendo sus consejos, me hice con la piedra de Luna que una gran serpiente guardaba en su boca, pues me informó que la depositaría en la orilla del río la noche de San Juan.
Con la luz de la luna reflejada en la piedra, el cáliz y el agua del Nequeas, ví sorprendido como se obraba el milagro. No obstante, algo falló y la portada surgió invertida, como reflejada en un espejo. El pueblo quedó maravillado y el gigante cantero, invadido por la ira, pegó tal patada a mi obra, que ésta fue a parar a una población cercana.
Quienes no puedan resistir su curiosidad, deben saber que pueden admirar hoy mi obra en la iglesia de Olcoz, y la misma portada pero opuesta, en la iglesia de Santa María de Eunate.



Leyenda de Guillén y Felicia

Sucede y se cuenta sobre todo en Obanos (El Misterio de Obanos Navarra).  (Narrada por Guillén)
Cada mañana, al despertar, mi apreciada hermana Felicia y yo, Guillén, salíamos a  pasear por los jardines de palacio en Aquitania y compartíamos sueños acerca del día  en que ella contrajese matrimonio con un poderoso noble, garantizando así las  riquezas de nuestro ducado.
Siguiendo la tradición familiar de peregrinar a Santiago, como un día hiciera  Guillermo X, Felicia nos anunció que también ella deseaba emprender la ruta jacobea  antes de desposarse, y así lo hizo. Pero de regreso a casa, sintiendo en su alma el ansia  de la ayuda al prójimo, decidió quedarse recluida como sirvienta en una pequeña localidad navarra, llamada Amocáin.

Al enterarme de su decisión, fue tal el despecho y el coraje que sentí, que en cada rincón de palacio se escucharon mis gritos. Sin poder controlar mi desesperación, fui en su busca. Al encontrarla, y ante su negativa de regresar a palacio conmigo, una incontrolable furia se apoderó de mí y acabé con su vida. Angustiado y arrepentido, emprendí mi peregrinación a Santiago implorando perdón. De vuelta a mi hogar, desconsolado, decidí levantar una ermita en el alto de Arnotegui, donde quedaría orando en soledad el resto de mis días.
El cuerpo de mi hermana, fue trasladado a una localidad próxima llamada Labiano, donde a sus gentes, desde entonces curan sus dolores de cabeza venerando sus reliquias. Hoy es el día en que aún lloro la pérdida de mi querida Felicia.


El pajarito y la Virgen.    (Leyenda del Txori)

Sucedió en la ciudad de Puente la Reina, lugar en que confluyen los dos Caminos que vienen desde los Pirineos: el de Somport y el de Roncesvalles.
En el puente de los peregrinos, aquel que fue mandado edificar por la reina doña Mayor, esposa de Sancho III el Mayor, de Navarra, en un lugar de difícil acceso, había una imagen dela Virgen. En las fechas en que se celebraba algo importante para la propia ciudad o para el resto de Navarra llegaba un pajarillo que mojaba sus alitas en el río y con ellas lavaba la imagen y luego con el pico quitaba la restante porquería.
Puente la Reina 1834. En época de la primera guerra carlista, fui llamado una mañana por el Conde de Viamanuel, general del ejército isabelino, para acompañarle en su paseo matutino. Montamos en nuestros caballos y recorrimos las calles de la ciudad. Alaproximarnos al puente románico que da nombre a la localidad, observamos cómo una algarabía de lugareños reunidos miraba absorta la imagen de la Virgen del Puy.

Invadidos por la curiosidad, nos acercamos y descubrimos que la causa de tal admiración no era otra que la ilusión con la que el “pajarico” limpiaba el rostro de nuestra adorada Virgen. Resultaba todo un espectáculo observar cómo “el txori” recogía agua con su pico sin cesar y con la ayuda de sus alas quitaba con mimo las telarañas de la Virgen.o
A punto estaba de unirme al inmenso júbilo de la gente, cuando escuché las estrepitosas carcajadas del conde burlándose del pájaro y de la admiración que le profesaba el pueblo. Ofendidos e indignados, los puentesinos le abuchearon y al sentir el desprecio del pueblo dio media vuelta y se alejó.
Observé que mi señor se encontraba encendido por la ira. Sin embargo, no podía dar crédito a lo que sucedió horas más tarde: el conde junto con algunos guardias, hicieron tronar sus cañones simulando que estábamos siendo atacados por el general Zumalacárregui. Al caer el sol, dio por terminada la farsa, que no había perseguido otro fin que la de vengarse de los puentesinos. Pero a pesar de sus artimañas, el conde no consiguió eliminar ni un ápice de la devoción popular.
Cuando dos semanas más tarde fue derrotado por las tropas de Zumalacárregui en las peñas de San Fausto y fusilado por las tropas tradicionalistas, los puentesinos convinieron que se trataba de un justo castigo del cielo por mofarse del querido “txori”.


Leyenda del Brujo de Bargota

Siendo yo un niño solía jugar con mi hermano y amigos junto a la charca de Viana, conocida hoy como La laguna de las Cañas. En torno a sus aguas, se creía que brujos de toda la comunidad se reunían para realizar conjuros e invocar al diablo, pero los niños nunca habíamos osado preguntar cuanto de verdad había en aquellas historias.

Una noche, mi hermano me convenció para esperar despiertos y observar… No pude contener mi pavor cuando, al mirar hacia el cielo, varias siluetas mágicas surcaron el firmamento en dirección de la charca de Viana.
Al llegar a casa me escondí aterrado bajo las sábanas, y cuando mi hermano estaba tratando de consolarme, como si una fuerza se hubiera apoderado de él, salió repentinamente de la habitación. A pesar de mi desasosiego, salté de la cama y le seguí. Nos adentramos en la oscuridad de la noche y enfilamos anhelantes hacia la laguna. Escondidos entre la maleza descubrimos espantados cómo varios brujos bailaban alrededor un intenso fuego mientras recitaban ininteligibles frases. De entre todos, pudimos reconocer a Juanes, vecino del pueblo que según las malas lenguas, siempre había anhelado ser proclamado sacerdote.

Días después, comenzó a rumorearse que El Brujo de Bargota, como apodaban a Juanes, había invocado una noche al diablo y se había servido de malvados geniecillos para lograr levantar su casa en una sola noche. Y aunque nosotros habíamos sido testigos de todo aquello, no osamos confesarlo y se convirtió en nuestro secreto mejor guardado.

Años más tarde, tras la celebración del juicio de Juanes por el Tribunal de la Inquisición de Calahorra, mi hermano quiso hacer de aquella vieja casa su hogar . Pero pronto tuvo que abandonarla pues los gritos ensordecedores del brujo le despertaban cada noche helándole la sangre.
Aún hoy, si observa detenidamente el cielo, descubrirá la silueta del Brujo de Bargota, sobrevolando el pueblo de Viana…



martes, 2 de febrero de 2016








RUTAS POR EL LEGADO ANDALUSÍ

Esta Ruta es toda una aventura del espíritu: de Córdoba a Granada, dos vuelcos de la historia, dos momentos irrepetibles, dos siglos de oro. Entre ambos polos bascula el fabuloso legado cultural, religioso, político y social que supuso la estancia de los musulmanes en la Península. Córdoba, el apogeo, el brillo cegador que hizo palidecer a las demás ciudades de Occidente. Granada, el refinado manierismo terminal de toda una civilización puesta en jaque.
Y entre medias, los castillos, las ciudades que primero fueron postas o jalones de un intercambio más o menos accidentado, y después campamento y base para asediar Granada. Esta Ruta no es sólo una lección de historia. Es además un disfrute estético, un goce de los sentidos. No sólo de la mirada: también el paladar ilustrado encontrará productos y sabores de antiguos ecos.

Historia

Los territorios de la Ruta del Califato se integraron con rapidez en el naciente estado de al-Andalus tras la llegada de los musulmanes a la Península. Sus poblaciones, herederas de un rico pasado romano y visigodo, crecieron y se ampliaron, adoptando una auténtica configuración urbana. Cabra, Luque, Baena, Alcaudete y otras tantas villas aparecen citadas en las fuentes más tempranas. Su presencia es notable ya en el siglo IX, cuando la región se vio sacudida por la agitación que provocó el  rebelde Umar Ibn Hafsun, el caudillo muladí, que estableció un señorío autónomo frente al poder de los emires de Córdoba.
El avance cristiano después de la batalla de las Navas de Tolosa, las conquistas de Córdoba y Jaén, situaron la frontera entre cristianos y nazaríes en el corazón de esta Ruta, creando una ancha franja jalonada de castillos y en gran parte despoblada donde castellanos y granadinos jugaron sus últimas lides antes de la definitiva caída de Granada.
Villas y fortalezas
La continua presencia de villas amuralladas y castillos situados sobre estratégicas alturas es un rasgo sobresaliente de esta Ruta, que le da un marcado cariz histórico y romántico. La mayoría de estas fortalezas y poblaciones surgieron precisamente durante la existencia de al-Andalus. Su aspecto castrense se acentuó, incluso, a partir del siglo XI, al estabilizarse en esta zona la frontera entre cristianos y nazaríes e intensificarse los conflictos. Se configuró entonces un auténtico rosario de villas-fortaleza. La alcazaba o castillo constituía el principal baluarte defensivo, una ciudadela con la residencia de los gobernantes, alojamientos, mezquitas y servicios. De aquí partían los muros que circundaban la villa, la medina, solar de viviendas, mezquitas, baños y mercados. Extramuros quedaban los arrabales, cementerios y otros espacios públicos.

Paisajes

La Ruta del Califato une dos grandes llanadas, dos depresiones geográficas: la depresión del Guadalquivir y la granadina, a través de los retorcidos eslabones de las sierras Subbéticas abiertas por cuencas y valles fluviales. Al mismo tiempo, ambas depresiones s e hallan cercadas, en la lontananza de Córdoba o Granada, por sendos collares de sierras: Sierra Morena, algo amansada en torno a Córdoba; Sierra Nevada, súbitamente embravecida, respaldando Granada. Un cuadro de contrastes sutiles, armonizados por toda una trama de matices.
Los estribos de Sierra Morena que arropan a Córdoba son suaves y acogedores, como un jardín asilvestrado. Córdoba fue levantada en el fondo mismo del Valle del Guadalquivir, aprovechando un meandro del río: precisamente en el lugar donde más fácilmente se puede salvar su cauce y cruzar de orilla, siguiendo el camino que, desde Despeñaperros, se venía ciñendo a la margen derecha.


RUTA DE WASHINGTON IRVING ( DE SEVILLA A GRANADA)



La ruta de Washington Irving se ciñe básicamente al trayecto, de unos 250 km., de la autovía A-92 entre Sevilla y Granada por Antequera. Realiza, además, algunas incursiones a los lados de este ejecentral: al principio, por el norte, se acerca a Carmona, Marchena y Écija; más adelante se desvía en dirección a Montefrío e Íllora, también al norte; por último, visita Alhama de Granada, unos kilómetros al sur de la A-92.

HISTORIA
 El extenso territorio surcado por la ruta de Washington Irving constituye una de las zonas de más antiguo y denso poblamiento de la Península Ibérica, calificable de auténtico crisol de civilizaciones. Desde el inicio del viaje hasta su culminación abundan vestigios de las culturas del neolítico y los metales, del mítico reino de Tartesos, de los pueblos ibéricos y de la notable presencia de Roma, que legó los espectaculares yacimientos de Itálica, Carmona y tantos otros.




La llegada de los musulmanes en el 711 inauguró un nuevo ciclo que conllevó la inserción de nuevos pobladores y la expansión y consolidación de la cultura decididamente urbana de al-Andalus. Mientras en Sevilla, Archidona, Loja, Alhama y alrededores de Granada se establecieron grupos de árabes, en otros enclaves como Carmona y otras áreas granadinas se instalaron contingentes bereberes que se fundieron con los hispanos islamizados –muladíes–, cristianos –mozárabes– y judíos. Hasta el siglo X, cuando el protagonismo político y cultural de al-Andalus gravitaba en torno a Córdoba, Sevilla, Carmona, Écija, Elvira, aparecen como activos focos más o menos sometidos según las circunstancias a los emires omeyas, mientras la pléyade de castillos y pueblos fortificados que colonizaban campiñas y sierras se muestran episódicamente, unos, como Archidona, asociados a sucesos memorables como la proclamación de Abd al-Rahman I, y muchos de ellos –desde Marchenaa Antequera, Loja, Montefrío o Alhama– con motivo de las revueltas acaudilladas por el muladí Umar Ibn Hafsun, que alcanzó a controlar a fines del siglo ix el amplio espacio central por el que transcurre la ruta.
Precisamente, junto al pasado andalusí, esta ruta pone en escena una segunda historia, la del «descubrimiento» romántico, y turístico, de Andalucía. A tono con la nueva sensibilidad del romanticismo, y después de la proyección de la Península en el contexto europeo que acarreó la Guerra de Independencia, España, y Andalucía en particular, empezaron a recibir una creciente atención como destino viajero. A las rápidas visitas de Chateaubriand y Lord Byron, que recrearon el escenario andaluz en sus obras, siguieron los viajes y estancias del propioWashington Irving, de Richard Ford, Borrow, Delacroix, David Roberts, Mérimée, Gautier, Dumas y lo más granado de toda unageneración romántica que difundió de manera definitiva los encantos del sur hispano. Bajo este impulso pionero, Andalucía se consolidó ya desde mediados del siglo XIX como una meta obligada del viajero, un objetivo privilegiado por su escenario natural, por sus costumbres, por su patrimonio artístico, por la evocadora huella de al-Andalus. Una geografía dramática, un arte excepcionalmente refinado, el exotismo, naturalidad y carácter del ambiente y la población, un panorama de leyendas, toreros y bandoleros, de majas, contrabandistas y fandangos al alcance de la mano, en la misma Europa, pero con un pie en el umbral de otras civilizaciones y otros continentes. En esta visión, Sevilla, con la Giralda y el Alcázar, y Granada, la Alhambra, brillaban con luz propia. Así, las etapas de la ruta rememoran el camino seguido por estos precursores, que hoy sigue deleitando a miles de personas.


Paisajes

La ruta de Washington Irving se desliza a lo largo de dos valles fluviales, los del Guadalquivir y su principal afluente, el Genil. Bajo la atenta vigilancia de una corona de montañas formada por las estribaciones del macizo Subbético, su trazado sigue los llanos y pasos que abren los ríos entre Sevillay Granada. Recorre un paisaje humanizado en su mayor parte, un tapiz de campos de cultivo en el que no faltan, con todo, fascinantes enclaves naturales, como las lagunas endorreicas –alimentadas por aguas subterráneas– de las planicies, las manchas de monte mediterráneo que persisten en cerros y serranías, y las formaciones geológicas de los roquedales calizos.

RUTA DE LOS NAZARÍES
De Navas de Tolosa a Jaén y Granada.
Sin el reino de Granada, epílogo resplandeciente de la rica historia del Islam en la Península Ibérica, el panorama de la civilización hispanomusulmana quedaría  irremediablemente deformado, incompleto, ininteligible. Esta Ruta se dedica precisamente a los protagonistas de tan importante capítulo, a la dinastía nazarí que acuñó y encabezó el último estado de al-Andalus, cuya trayectoria deparó, además de incontables sucesos de orden político o bélico, realizaciones artísticas y culturales tan grandiosas como la mismísima Alhambra.

Historia

La abundancia de yacimientos y vestigios de todo tipo que se suceden a lo largo de la Ruta de los Nazaríes suministran la prueba tangible de su densidad histórico-cultural. Puede afirmarse que este itinerario visita una de las zonas de Andalucía donde la historia se acumula en estratos completos y profundos. Las razones de esta circunstancia son múltiples, pero entre ellas resaltan sus favorables condiciones naturales, su idoneidad para los asentamientos humanos y su decisivo carácter de encrucijada a caballo entre regiones de gran riqueza.
La zona arroja una excepcional secuencia de testimonios del poblamiento más temprano, con hitos de la Prehistoria peninsular como la cueva de la Carigüela de Píñar, donde se documenta la presencia del hombre de Neanderthal. Desde el siglo IX a. C. inician su ascenso los íberos, pueblo que evoluciona alrededor de la metalurgia creando una red de asentamientos fortificados –oppida– al compás de los cambios culturales, económicos y políticos que conllevan el influjo fenicio y la formación del mundo tartésico. En esta re-gión del Alto Guadalquivir habita una diversidad de pueblos del tronco ibérico que plantan el germen de gran número de poblaciones: Ipolca, Porcuna, Tucci, Martos, Aurgi, Jaén, Betula, cerca de Úbeda, Iliturgis, hacia Mengíbar, y la gran Cástulo, junto a Linares. En las fuentes antiguas una aureola heroica envuelve a esta ciudad involucrada en los conflictos entre cartagineses y romanos. Tras algunos reveses, las legiones de Roma deshacen a sus rivales púnicos en Baecula en el 208 a. C., cerca de Bailén, señalando su expulsión de Hispania y el inicio de la  romanización.
Desde el siglo III a. C., los núcleos urbanos se desarrollan bajo las pautas del orbe latino, renovando sus nombres –Obulco, Colonia Tuccitana, Colonia Aurgitana, Colonia Salaria…–, en tanto que los campos se colonizan mediante villae. Por estas tierras cuya divisoria se sitúa entre Jaén y Cástulo, cruza la vital arteria de la Vía Augusta, que conecta Cádiz con Tarragona y Roma. La decadencia urbana de la Antigüedad tardía y el período visigodo sume en el olvido a numerosos focos, como Cástulo, mientras otros cobran vigor, según refleja su rango de sede episcopal, como Beatia, Baeza, o Mentesa, La Guardia.
La llegada de los musulmanes en el 711 y la formación de al-Andalus desata un proceso determinante en la configuración del territorio. En los primeros siglos del emirato de Córdoba, el sector jiennense se integra en la cora de Yayyan, con capital en La Guardia y luego en Jaén, mientras el sector granadino pertenece a la cora de Ilbira. Estas áreas se caracterizan por la yuxtaposición de grupos árabes a la población de muladíes, indígenas islamizados, y mozárabes cristianos. Abd al-Rahman II lleva a cabo un vasto programa de actuaciones, fortificando puntos estratégicos y realizando mejoras urbanas y fundaciones como la de Ubbadat al-Arab. En la segunda mitad del siglo IX, las tensiones desembocan en una situación de agitación generalizada, hasta el punto que caudillos como el muladí Ibn Hafsun llegan a imponerse en una vasta extensión de la región jiennense.
En el arranque de la Edad Moderna, el Santo Reino y el norte de Granada experimentan un auge sin parangón, base de la eclosión monumental de sus ciudades. Tan brillantes décadas palidecen después, a raíz de las crisis del siglo XVII y del estancamiento posterior. Con algunos sucesos destacables como la batalla de Bailén, la historia transcurre sin alteraciones de calado hasta la modernización que da ya sus frutos a lo largo del siglo XX.

Tierra de castillos

Pocas rutas como ésta muestran a lo largo de su recorrido un número tan elevado de castillos, fortalezas, torres, casas fuertes y atalayas, tanto en los núcleos urbanos como dispersas por sierras y campos. En Jaén se han llegado a contabilizar hasta 400 referencias de este tipo de construcciones. Y no es de extrañar, si se piensa que los territorios del Santo Reino de Jaén y de la orla septentrional de la provincia de Granada fueron desde la Antigüedad frontera y encrucijada natural entre el norte y el sur, el este y el oeste de la Península. En su mayoría estas obras defensivas, que hoy aparecen aisladas o confundidas con los caseríos de poblaciones y cortijos, datan de época medieval, sobre todo de los siglos XII al XV, cuando la divisoria entre los reinos cristianos y musulmanes oscilaba a lo largo de estas tierras. La abundancia de fortalezas rurales es, además, síntoma de la ascendencia de los señoríos en esta zona fronteriza siempre expuesta al peligro, al ceder la corona vastas posesiones a los nobles y órdenes militares para que sostuvieran su defensa.

Frontera de cristianos y nazaríes

Desde la caída de Jaén en 1246 hasta la toma de Granada en 1492 imperan por estas tierras las condiciones de la vida fronteriza. Treguas y guerras se alternan en unas circunstancias siempre variables. Se generan unos modos de relación particulares, propios de la frontera. Junto a las campañas de envergadura, menudean correrías e incursiones por ambos bandos, dependiendo de juegos de alianzas mientras el trato económico y comercial se mantiene, canalizándose a través de «puertos» de intercambio concertados y «entredichos», tierras de nadie, de modo irregular.

Cruce de rutas

En el territorio de la Ruta de los Nazaríes podrían trazarse infinidad de rutas además de la que protagoniza el camino. Sin menoscabo de otras posibles, por sí sola se articula una de las rutas del mundo ibérico más sólidas de la Península, enlazando asentamientos como los de Porcuna con la ciudad de Cástulo, en Linares, y con el muestrario que de esta cultura exhibe el Museo de Jaén. Esta Ruta se prolongaría con otra complementaria de la Bética romana y visigoda. No hace falta esgrimir muchos argumentos acerca de una ruta del Renacimiento en la provincia de Jaén, ramificándose a partir de Úbeda, Baeza y la capital. Igualmente clara es la Ruta del olivo y del aceite. También, en fin, cabe seguir las huellas de una ruta de las batallas, con ejemplos señeros de la Antigüedad, de la Edad Media y de la Contemporánea, hitos bélicos como son los enfrentamientos de Baecula (208 a. C.) entre romanos y cartagineses, el de las Navas (1212) entre musulmanes y cristianos, y el de Bailén (1808) entre franceses y españoles.


RUTA DE ALMOHADES Y ALMORÁVIDES
De Algeciras a Granada por Cádiz, Jerez, Ronda y Vélez-Málaga.
Gran Itinerario Cultural del Consejo de Europa












Esta ruta evoca la duradera y profunda relación entre dos continentes separados por un estrecho brazo de mar de apenas 14 km de anchura: el Estrecho de Gibraltar. Su fascinante recorrido gira en torno a la estratégica encrucijada donde África y Europa se miran casi tocándose y compartiendo los cimientos de las míticas Columnas de Hércules. Los antiguos geógrafos y cronistas, con expresiva sencillez, dieron a esta región el nombre de «las Dos Orillas», dada su cercanía y mutua dependencia, unidas por una densa red de vías de comunicación que han multiplicado los lazos y relaciones entre sus pueblos. De este fructífero contacto, lo más esencial perdura con viva actualidad: un fondo cultural y artístico común, un especial arte de vivir… Y qué mejor guía para descubrirlos y disfrutarlos que dejarse llevar por los caminos que siguieron los almorávides, los saharianos que, allá por los siglos XI y XII, fundieron en un solo imperio el Magreb occidental y las tierras de al-Ándalus.
Resultado de imagen de ruta de los almoravides

Historia

Esta ruta ofrece, paso a paso, la más completa visión de las seculares relaciones entre la Península y el norte de África y del desarrollo de la historia de al-Andalus, pues discurre entre dos de sus polos esenciales: el Estrecho de Gibraltar, puente hacia el continente africano y Oriente, y Granada, el último bastión de al-Andalus.
El comienzo, los inicios de al-Andalus tuvieron lugar en las costas del Estrecho. Aquí desembarcaron las primeras expediciones de contingentes musulmanes que condujeron a la rápida conquista de la Península y dieron al traste con el reino visigodo. En las primeras décadas del nuevo estado que surgió, llamado al-Andalus, numerosas tribus y clanes bereberes se asentaron en estas tierras meridionales, sobre todo en las serranías hacia Ronda y Grazalema, junto con grupos de árabes, como los que se establecieron en Medina Sidonia o Algeciras. A mediados del siglo VIII jugarían un papel decisivo en la proclamación del emirato independiente que se constituyó en al-Andalus por iniciativa de Abd al-Rahman I. A fines del siglo IX, la cadena de sublevaciones que agitaron la zona, como la de Umar Ibn Hafsun, testimonian asimismo la importancia de una población indígena, islamizada o cristiana, que no siempre se contentó con el gobierno de las autoridades de Córdoba, la brillante capital andalusí. Tendencia a la autonomía que de nuevo se puso de manifiesto al hundirse el califato cordobés y surgir una multitud de pequeños reinos independientes, como los de Arcos y Ronda, sometidos, en definitiva, por otros más poderosos como fue el de Sevilla. Esta acuciante debilidad política, que no cultural, de al-Andalus en el siglo xi motivaría la urgente intervención de los almorávides, el movimiento defensor de la ortodoxia islámica nacido entre las tribus del Sahara occidental que llevaría a la fundación de Marraquech y a la formación de un poderoso imperio magrebí. Tras derrotar a los cristianos hispanos como aliados de los frágiles reyes de taifas, los almorávides emprendieron el dominio directo de la Península, destronando a príncipes y sultanes e implantando su gobierno efectivo hasta mediados del siglo xii. Para entonces, su poder se desmoronaba en tierras marroquíes ante el ascenso de los almohades, que suplantarían su imperio tanto en África como en al-Andalus.
Los Almorávides
El título de la ruta hace referencia a los nómadas del oeste del Sahara que a mediados del siglo XI comenzaron a extender su poder por el norte de África. Su nombre proviene de al-Morabitun, las gentes del ribat, la fortaleza monástica.
En 1070 fundaron Marraquech, la gran ciudad que dio nombre al reino de Marruecos, y en 1086 desembarcaron en la Península Ibérica para contener el avance cristiano por tierras de al-Andalus. Tras establecer su dominio sobre la España musulmana, forjaron un imperio que abarcaba desde Zaragoza hasta Senegal.
Según Ibn Jaldún, ante el poder arrollador de los almorávides «la autoridad de los reyes de taifas desapareció como si jamás hubiera existido».


RUTA DE LAS ALPUJARRAS


Esta Ruta une Granada con Almería a través de una serie de pasos que permiten al viajero conocer los paisajes de Sierra Nevada, la Sierra de Gádor y la Contraviesa. Las Alpujarras se extienden por las provincias de Almería y Granada. 

Esta comarca está delimitada al norte por las cumbres de Sierra Nevada y al sur por el Mediterráneo. Su aislamiento es característico y a él se deben sus peculiaridades etnológicas e históricas. Así, la Alpujarra se convirtió en núcleo de resistencia frente al Islam y también fue el último reducto morisco. 

A lo largo de esta Ruta pueden hallarse hoy en día numerosos restos de las antiguas fortificaciones medievales y un valiosísimo patrimonio perteneciente a la época musulmana. Además, el Parque Nacional de Sierra Nevada ofrece techos tan altos como el Mulhacén o el Veleta.

Este camino que une Almería y Granada por las Alpujarras es una de las rutas más variadas y sorprendentes de Europa. En su recorrido encontramos numerosos restos de las antiguas fortificaciones medievales (atalayas, castillos, fuertes y  torres), además de un valioso patrimonio arqueológico de la época musulmana. Partiendo desde el mar Mediterráneo hasta la vega del río Genil, la ruta, atraviesa desiertos como el de Tabernas, al que nadie puede permanecer impasible dada su belleza, oasis y la cordillera más alta de la península Ibérica. 

En sus caminos se descubre una cultura que supo integrarse en su medio natural, una arquitectura singular donde destaca la blancura de las casas sobre el verde de los campos, una distribución que sigue el orden impuesto por la pendiente de montaña, una agricultura donde se mezclan frutales, hortalizas y castaños y que hacen de los huertos un paisaje fascinante. Abandonando las Alpujarras se llega al valle del Lecrín, con un clima benigno y un terreno accidentado donde la agricultura y la ganadería tienen una importante presencia. Tras el Suspiro del Moro llegamos a la Vega sur, conocida como La Campana para alcanzar el final de la ruta, Granada.  A través de los caminos se conocerán los dramáticos sucesos que acabaron con una civilización cuyo legado es una de las principales riquezas del pueblo andaluz.

Toda la zona se caracterizó en la Edad Media por su relativa independencia e irreductibilidad frente al poder establecido, sea en el seno de al-Andalus o en el conflicto final que enfrentó a musulmanes y cristianos.

Este hecho generó muchas revueltas y sublevaciones que finalizaron sólo después de la expulsión definitiva de los moriscos. En esta Ruta pueden hallarse numerosos restos de las antiguas fortificaciones medievales (atalayas, castillos, fuertes y torres), además de un valiosísimo patrimonio arqueológico de época musulmana. El paisaje de esta Ruta resulta tan interesante para el viajero como esos aspectos culturales y patrimoniales ya que conserva muchas de sus panorámicas y características.



RUTA DE IBN-AL JATIB


Esta Ruta traza el recorrido que realizó Ibn al-Jatib, último gran polígrafo de la España musulmana que nació en Loja en 1313 y murió en Fez en 1375. 

La Ruta de Ibn al-Jatib destaca por su importancia histórica y los restos árabes que aún hoy se conservan en poblaciones como Lorca, Vélez Rubio, Albox, Baza y Guadix. El visitante encontrará paisajes de gran belleza en la sierra de María situada al norte de Vélez Rubio y Vélez Blanco donde los aficionados al parapente y el ala delta cuentan con altos escarpes y el Parque Natural de la Sierra de Huétor, cuyas cumbres son los más hermosos miradores a Sierra Nevada. Durante el recorrido, pueden contemplarse buenas muestras
ode oficios artesanos como trabajos de forja, alfarería o instrumentos musicales.

Esta ruta que va desde Murcia hasta Granada, pasando por Almería, y en la que se reconoce la influencia murciana en Andalucía y de Andalucía en Murcia,  regala paisajes sembrados de pequeños pueblos que revelan su pasado andalusí a través de un sistema de riego por acequias,  restos de una alcazaba, artesonado de una iglesia, en el trazado intrincado de su caso urbano o en las costumbres gastronómicas. 

Ibn al-Jatib gran polígrafo de la España musulmana, realizó y relató esta ruta que emprendió en 1347, acompañando al rey Yusuf I. El objetivo de este viaje era comprobar e inspeccionar las defensas de la frontera oriental del reino granadino y en él, atravesaron regiones accidentadas, montañas y desfiladeros y contemplaron la belleza del paisaje de lo que hoy son Parques Naturales repletos de pinares y encinas, robles y arces, águilas, halcones, zorros, cabras monteses o tejones.  



RUTA DE AL-IDRISI



El recorrido de Málaga a Granada descrito por el geógrafo al-Idrisi nos permite conocer el al-Andalus del siglo XII. Esta ruta supone una visita a los pueblos costeros de Málaga Oriental y Granada, así como del valle de Lecrín.

Este recorrido parte de la ciudad de Málaga, y sigue las descripciones de al-Andalus que hizo el geógrafo al-Idrisi, una figura singular que confeccionó el célebre mapamundi con el norte abajo y el sur arriba y realizó numerosas descripciones geográficas que nos permiten saber como era al-Andalus en el siglo XII.

Tiene un papel protagonista en esta ruta la naturaleza, valles, lagunas, bosques de tejo y parques naturales además de la arquitectura, tradiciones, costumbres y gastronomía que están impregnadas de la historia andalusí. Esta ruta cuenta con unas condiciones climáticas especiales, en el tramo entre Málaga y Motril se dan las características necesarias para cultivar frutos que son propios de climas tropicales, los agricultores de al-Andalus se dieron cuenta de esto y transformaron el paisaje en campos llenos de cañas de azúcar.

El viajero en la Ruta de al-Idrisi podrá visitar los pueblos costeros de Málaga oriental y Granada como Nerja, o Almuñecar, calas diminutas y cuevas encantadas, ya en elinterior podrá disfrutar de la visión espectacular de los almendros del valle de Lecrín o los humedales en torno a la laguna de Padul  para llegar a la soñada ciudad nazarí, Granada.

   

RUTA DE AL-MUTAMID


La Ruta de al-Mutamid se extiende de Lisboa a Sevilla, pasando por Huelva; tiene su continuación hasta Granada a través de la Ruta de Washington Irving. Es uno de los caminos más ricos de al-Andalus, pues al patrimonio monumental andaluz se suma el del Portugal musulmán. Un recorrido por tierras lusas hasta la capital de Andalucía, y a Granada como final de todas las Rutas.

Esta ruta, con dos ramales, abraza el ángulo suroeste de la Península Ibérica. El Portugal musulmán era parte consustancial de al-Andalus. Las fronteras entre la España musulmana y los reinos cristianos del norte cambiaron a lo largo de los siglos. Durante el califato llegaban hasta el Duero pero en el periodo almohade estaban situadas ya al sur del Tajo. Nada separaba las zonas de al-Andalus que más tarde pasaron a formar parte de Portugal. Esta ruta recibe el nombre de al-Mutamid porque el futuro rey de Sevilla fue en su adolescencia y juventud gobernador de Silves, población del Algarve portugués. 
Paisajes muy diferentes hacen de esta ruta una de las más ricas, no sólo en patrimonio monumental sino también en espacios naturales. A través de ellos encontramos una continuidad histórica llena de matices, una misma época sentida, a veces, de manera distinta. 

Las fronteras entre la España musulmana y los reinos cristianos del norte cambiaron a lo largo de los siglos: durante el Califato llegaban hasta el Duero pero en el período almohade estaban situadas ya al sur del Tajo. Nada separaba las zonas de al-Andalus que más tarde pasaron a formar parte de Portugal de las que pasaron a Castilla o Aragón.

El camino que un día emprendió un joven enamorado y erudito, conocedor de la música y la poesía es hoy un recorrido apasionante que parte de  tierras lusas para acabar en Sevilla y continuar a través de la ruta de Washington Irving a la ciudad soñada, Granada.


PASEOS POR GRANADA

De Puerta Elvira a San Nicolás, del Albaycín a Plaza Nueva, la Alhambra y el Generalife, entre Puerta Real y El Triunfo, del Campillo Bajo al Alcázar Genil o los alrededores deGranada, son buenas propuestas de paseo para descubrir los más impresionantes vestigios del patrimonio andalusí. 

La muralla; las vistas de la ciudad; las estrechas calles y cuestas; los bosques, jardines y palacetes; los cármenes; los mercados del centro; los restos artísticos y la mezcla de culturas, son excusas más que poderosas para adentrarse en los caminos a los que nos invita Granada.